Nuevos comienzos y Viejos vicios
¿Echo de menos la crítica de cine? Es una pregunta que me lleva rondando los últimos años. Desde que desapareció/quebró/cerraron/boicotearon Imágenes de actualidad son varias las veces que me he parado a pensar y la realidad es que sí. Todo ejercicio de crítica tiene algo de proyección del ego, hay algunos profesionales cuyo desarrollo de la crítica se basa en una constante búsqueda de atención, algo que se ha acentuado con la extensión de la profesión hacia las redes sociales. En días de coberturas de festivales no es raro encontrar ejemplos de periodistas cuyo único interés en cubrir un festival es dejar constancia de que han conquistado el Everest, han visto una película los primeros y sus redes sociales se llenan de lenguaje publicitario o lo que es peor, de fotografías para dejar constancia que sí, que son ellos los que han estado allí para contarlo. ¿El qué? Es lo de menos. Los críticos ya ni se molestan en realizar en escribir crónicas o si lo hacen es algo totalmente secundario. Inmediatez que equivale a ego, el chute de endorfinas del que te hace RT y el que te hace fav, no es de extrañar que la crónica escrita haya pasado a ser secundario en muchas de las coberturas y algunos periodistas la hayan sustituido por formatos audiovisuales tan horteras como inane. Tanto da, total para lo que tiene que contar como si nos lo rapean.
La cuestión es que sí, echo de menos escribir sobre cine, sobre todo echo de menos espacios donde poder hablar de cine y echo de menos el poder de la palabra y poder ordenar mis pensamientos sobre un texto. Dirijo un podcast de cine, estoy orgulloso del trabajo que hemos venido haciendo estos años, tenemos una audiencia pequeña, minúscula pero que aprecian lo que hacemos. El objetivo fue siempre crear un espacio donde de manera profesional se hablase de cine, separarnos de la barra de bar en la que se ha convertido la podcastfera de cine. ¿Lo hemos logrado? Pues quizás, a medias. Con muchas zancadillas de por medio, intentando crear debates, llevándonos hostias por el camino pero sintiéndome orgulloso de haber abierto nuevos caminos en la crítica de cine en España por muy presuntuoso que pueda sonar. Aquello de los pioneros y estamparte contra una pared, abrir una grieta para que el resto pueda entrar que decían en Moneyball. Orgulloso que mi sangre haya podido servir para que compañeros de profesión puedan encontrar nuevos espacios para hablar de lo que más le gusta… Pero como digo, el medio escrito es otra cosa y este intento de newsletter va un poco por la necesidad personal y casi profesional - ¿se puede hablar de profesionalidad cuando ya no me pagan por escribir de cine? - de resucitar la expresión escrita en tiempos que navegan a la contra para ello. Poco me importa que sean 3,50, 500 o 5000 personas las que puedan leer este ejercicio, tiene más que ver con la creencia en una manera de hacer las cosas, de pensar en las películas, de ejercer la reflexión personal en torno a ellas. Algo que experimentó un boom con la generación que fuimos casi nativos en Internet y que se perdió definitivamente con la entrada en el juego de la comunicación de las redes sociales. Quizás haya llegado el tiempo donde lo más revolucionario no es acercar el mensaje a los nuevos medios - la verdad es que considero que medios como Twitch, Youtube o Tik Tok donde prima lo personal por encima del mensaje es incompatible con lo que yo concibo como el ejercicio de la crítica de cine - sino recuperar los antiguos. Lo otro se lo dejo a compañeros con un mayor concepto de sí mismos.
¿Qué será esta newsletter? Pues la verdad es que no lo sé. Creo que ahora mismo la idea más cercana que tengo es la de una suerte de diario cinéfilo, algo donde poder anotar la riada de pensamientos y reflexiones que me invade continuamente cuando veo una película. Una expresión semanal donde entremezclar lo personal y lo cinematográfico pero teniendo siempre en cuenta que lo segundo prima sobre lo primero… Lo cual no deja de ser irónico cuando estoy soltando tremenda chapa en primera persona y poco o nada he escrito sobre cine. Cosas de la presentación, supongo.
Las historias que nos contamos
Empecemos con lo que realmente hemos venido a hacer, hablar de cine. Cuando el podcast Serial, arrasó los cimientos del audiovisual norteamericano y creó un subgénero como el true crime - por favor, el primero que me trate de unir lo que se está haciendo en estos momentos con A sangre fría de Truman Capote, tendrá como respuesta un suspiro y una mirada de desaprobación por mi parte - seguramente no era consciente que la verdadera revolución fue adaptar los modos de la ficción, en concreto de la televisión de nuevo cuño, al documental y a la realidad. No es que fuese algo particularmente novedoso, al fin y al cabo, los modos de los documentales y la ficción se han mezclado prácticamente desde los orígenes del cine como medio pero que algo que se hacía llamar ficción, apostase tan claramente por propuestas y herramientas que hasta ese momento sólo se concebían en la ficción televisiva, fue una de las claves del éxito del podcast. ¿Qué es lo que importaba en Serial, el hecho real, el asesinato de una estudiante de 18 años o las teorías alrededor del hecho en sí? En realidad, la propuesta de Serial partía desde lo personal para conectar con el hecho real. No importaba tanto el incidente real sino la narrativa que tú fueras capaz de construir a través de una narración guiada por parte de sus responsables. A partir de aquí, todo valía, deconstrucciones temporales, saltos en el tiempo para cambiar perspectivas y sobre todo cliffhangers. El espectador del siglo XXI no quiere ser un agente pasivo de la realidad o la ficción, quiere ser partícipe, manipularlo, sentirse protagonista. La teoría del cambio en los vasos comunicantes de los principios de la comunicación, todos hemos dejado de ser receptores para convertirnos en emisores las 24 horas del día.
Utilizando el camino emprendido por Serial, Vengeance supone el debut en la realización de BJ Novak, conocido por su papel tanto detrás como delante de las cámaras en la serie The Office. Novak interpreta a un periodista que para colmar sus ansias de ego, quiere levantar un podcast y se encuentra la oportunidad perfecta cuando una llamada interrumpe su rutina habitual y le comunican que su novia - en realidad, un ligue de una única noche - ha sido asesinada en su vuelta a su Texas natal. A partir de ahí, una enloquecida búsqueda de la VERDAD, así con mayúsculas, con su personaje en medio, porque al igual que en Serial, esto no va tanto de los hechos, sino de vender una historia. Relato mata a facto. La única verdad es que no nada importa. Hemos convertido la realidad en algo absolutamente maleable a nuestros condicionantes y sobre todo intereses. El personaje de Novak no es que se convierta en un narrador poco fiable es que juega a reconfigurar nuestras expectativas con la ficción y la realidad. ¿Bajo qué prisma observamos la ficción que representa la película? ¿Qué historia nos contamos para que los hechos presentados acaben encajando con nuestra visión del mundo? BJ Novak no es precisamente un narrador notable, de hecho se diría que en el fondo, existe cierta transmutación de su personaje con su capacidad como cineasta. Percute en la historia como lo haría un podcaster contemporáneo, torpe e interesadamente. Una pálida imitación del modelo de los hermanos Coen pero en el fondo todo importa poco, porque quizás de manera inconsciente, igual que lo hizo Serial, es una acertadísima reflexión sobre las narrativas que nos construimos para establecer una visión del mundo que nos reconforte y sobre todo nos identifique y que en el fondo, aquello sea cierto o no poco importa ante un mundo donde todos somos emisores de historias.
Se nos viene encima una temporada de columnas y opiniones sobre la muerte del cine como medio de expresión. Es un tema que está ahí candente y seguramente con razón. Cineastas se han manifestado sobre ello - seguramente también motivados por preguntas de periodistas que nuevamente tienen que crear algún tipo de narrativa apocalíptica para que su trabajo tenga algún tipo de repercusión - y cineastas han rodado sobre ello. Porque sí, 3000 años esperándote de George Miller es la enésima película sobre la muerte del cine o al menos del cine tal como narrador de historias. Decía hace poco Jesús Palacios en una entrevista que es probable que como medio el cine ya haya visto sus mejores películas rodadas. No soy partidario de los grandes eslóganes absolutistas, creo que se nos avecina un otoño espectacular en cuanto a estrenos pero no es menos cierto que en los últimos años son varios los cineastas que han dado la espalda a los contextos contemporáneos para centrarse en fantasías cinematográficas del pasado que en el fondo lo que están hablando es de la muerte del cine. Me recuerda un poco a lo que cantaba aquel grupo de abuelos sevillanos sobre el Probe Miguel, que hace mucho tiempo que no sale… Y que de tanto nombrarlo igual es porque hace tiempo que ya ha doblado la cuchara. Tampoco es algo precisamente nuevo y que se haya inventado ayer. Ni siquiera en éso somos originales.
Me pasa un poco lo mismo con este tipo de películas.Ok, el medio está cambiando y no precisamente para mejor, a mí tampoco me gusta pero desde luego que con narraciones que únicamente se miran el ombligo, es imposible mirar hacia el futuro. Sería un poco injusto, criticar a George Miller por ese camino, no creo que ni su película, ni su carrera como cineasta lo merezcan. En el fondo, Miller siempre ha sido un fabulador que ha rodado lo que ha podido, como ha podido y con la mayor dignidad y talento posible. ¿Qué es la saga Mad Max, al fin y al cabo, sino una metáfora sobre las historias cuando el mundo ya ha acabado? Miller es consecuente con su condición de narrador y con lo que ha realizado durante toda su carrera, una narración que oscila entre lo ampuloso - todas las narraciones del pasado - y lo íntimo - la relación entre el Djinn y Alithea, la experta en ¡¡ Narraciones !! que interpreta Tilda Swinton. Es entonces cuando se produce un juego de espejismo entre la persona que está acostumbrada a contar historias (Swinton) y el protagonista pasivo de las mismas que en esta ocasión es el encargado de introducirse como personaje principal de todas y cada una de ellas.
Descubrir ahora la capacidad como narrador de George Miller me parece bastante ridículo, igual que su reivindicación como cineasta y auteur total a raíz de Mad Max: Un día de furia. Que en 2022 haya que explicar que Miller lleva más de 20 años trabajando con entornos digitales y su integración en la narración cinematográfica me parece simplemente ridículo. Igual que lo es hablar de su capacidad de evocar a través de las imágenes. Son herramientas que se presuponen porque hay un bagaje y una trayectoria detrás que lo avalan, a pesar que algunos cayeran en 2015 que este buen hombre existía y llevaba unos cuantos años haciendo buen cine. Y ésto es tan válido para Happy Feet como para la última encarnación de Mad Max. Quizás por eso, encuentro igualmente inútil que la mayoría de las críticas de 3000 años esperándote hayan ido en torno al neoclasicismo de Miller y su capacidad de componer… Creo que hay cineasta para pedirle mucho más y que pese a establecer un interesantísimo diálogo sobre los modos en que la realidad aprisiona las fábulas y las ficciones puras - Miller cae en su propia trampa levantando chunguísimas escenas en la Inglaterra del Brexit - y como el amor es posiblemente el último gran misterio del universo e historia que merece ser la pena contada, uno acaba con la sensación de necesitar un poquito más.
Tenía bastante curiosidad, casi morbosa diría yo, por comprobar in situ 42 segundos, la crónica de la plata olímpica de la selección de Waterpolo de Barcelona 92 que han rodado a cuatro manos entre Dani de la Orden y Álex Murrull. ¿Será capaz el cine español cierta épica a la hora de rodar una historia deportiva… Aunque sea desde la decepción? ¿Qué historia se atreverán a contar, la de la superación personal o la épica de la derrota? No nos engañemos, el cine español y el deporte, salvo notables excepciones y casi siempre interesadas, se llevan mal. El cine español se entiende desde un órgano bien distinto al que hace funcionar el deporte. Cerebro y raciocinio contra corazón y sentimiento. Y luego esa cosa tan terrible, que tenemos en Españita de tener una aprehensión absoluta hacia lo nuestro. ¿Puede haber algo más cinematográfico que la recreación de la Champions League que ganó el año pasado el Real Madrid? Cree lo imposible, un cúmulo de tópicos tan abrasador que seguramente si hubiese sido una película, no nos la habríamos creído ninguno y habríamos apelado a aquel anuncio de Resines cantándole las cuarenta a un niño yanqui en un partido de béisbol. ¿Véis a alguien capaz de rodarlo aquí? Nop. Los americanos siempre lo han tenido claro para este tipo de cosas, ver es creer y durante las 2 horas que se apagan las luces y se ilumina la bombilla, la imagen y el corazón suele vencer a la cabeza. En España nos cuesta ese pensamiento mágico y obviamente nos cuesta trasladar la épica deportiva a imágenes cinematográficas. Es que ni nos lo planteamos, vaya. Creo que 42 segundos tampoco lo hace. ¿Le interesa el deporte en sí? Es cierto que la película cuenta con imágenes poderosas o un ingenioso uso de los drones para dar cierto relumbre visual pero no creo que ni a guionistas ni a los dos directores les importe para nada el waterpolo. A mí tampoco, pero me pirro por un buen relato de épica sobre la derrota…Al fin y al cabo, ¿Qué es esta newsletter sino una crónica sobre mi fracaso en el mundo de la crítica?.
Lo que le interesa a 42 segundos es contar historias en torno al acto. El enfrentamiento entre dos modos contrapuestos (catalanes contra madrileños) de ver la vida llevados a un nivel de exageración que hacen que la película caiga en los modos de comedia involuntaria. Los dramas personales de sus protagonistas, explorando sus historias trágicas, traer a colación el contexto de la guerra de los Balcanes para retratar al entrenador croata de la selección… En el fondo, realizar eso tan manido y temido a la vez que es rodar una película “de personajes”. No es tanto la historia del deporte en sí, de cómo una serie de personas con nada en común son capaces de formar un bloque para competir por un mismo objetivo sino utilizar el deporte para irte hacia a lo accesorio, hacia los modos de la ficción cinematográfica. Por eso, me cuesta creer que alguna vez seamos capaces de rodar una gran película deportiva. Tenemos que entender que el deporte no tiene nada que ver con la ficción y pese a lo predican algunos filósofos y nuevos periodistas deportivos, no tiene ninguna narrativa que lo sustente y es por eso que lo hace tan genial. Es la improvisación, es la incertidumbre, la desazón, la alegría infundada, la fé imposible… Eso no cabe dentro de ninguna historia, ni de ninguna narrativa. Se tiene o no se tiene. No lo puedes entender, que dirían algunos y en el caso de 42 segundos, ni lo entienden, ni les interesa, prefieren contar historias. Pues bueno…
Y hasta aquí la primera entrega de este nuevo diario cinematográfico. La semana que viene más.