Sobre el estado del fantástico
pa k keréis saber eso jaja saludos
Lo primero, daros las gracias por la enorme y buenísima acogida de este relanzamiento de la newsletter y pedir perdón porque la semana pasada no tuve tiempo material para ponerme a escribir lo que debería haber sido la segunda actualización, preparar una doble grabación de A Quemarropa no sólo me quitó el poco tiempo libre del fin de semana sino que se tragó lo poco que tenía disponible a la hora de ver alguna película para escribir. Gajes del oficio.
Al lío… O no, porque el título es totalmente engañoso y clickbait. No va a haber ningún debate sobre el estado del fantástico. Normalmente cuando llegan estas fechas, sobre todo cuando termina cierto festival de cine en España, se producen acaloradas discusiones sobre el cine de género. He de reconocer que he sido culpable de esta práctica en múltiples ocasiones. Es fácil caer en la tentación de enarbolar banderas y discursos en torno a todo un género por 10 días de ingesta masiva de películas. No hace falta irse tampoco al futuro lejano, sólo hace falta ver las valoraciones del cine español con respecto a lo presentado en el festival de San Sebastián. Representación importante sí pero no deja de ser eso, una representación. Al final siempre he tenido la sensación que unos y otros creamos narrativas interesadas para poder resumir una experiencia y darnos sentido a nosotros mismos, que al final es de lo que trata todo. Nos asusta aquello que no podemos catalogar y etiquetar, así que nos enarbolamos en discusiones estériles para tratar de poner un orden a cosas que igual simplemente no lo tienen. El caos forma parte de nuestras vidas y es parte importante de la creación. Abracemoslo.
La semana pasada acudí al cine a ver Jaula. Después de tantísimos años acudiendo a pases de prensa - para los recién llegados al mundillo, las distribuidoras realizan proyecciones especiales para la prensa para que los periodistas puedan escribir sus críticas… O simplemente colarse y no pagar por los nuevos estrenos - sienta bien poder compartir sesiones con un público no profesional y no maleado. No es que antes no pagase por acudir a sesiones con público pero horario laboral me podía permitir acudir a primeras sesiones entre semana cuando solo cuatro locos estamos dispuestos a meternos en una sala. En un momento donde la exhibición cinematográfica se encuentra en entredicho hasta para los profesionales del gremio, recuperar cierta sacralización del cine me parece hasta necesario. El otro día leí unas declaraciones - se dice el pecado pero no el pecador - que sólo la crítica de cine consume crítica de cine. No pude más que sonreír por dentro y repasar en mi cerebro si semejante mentira es debido a la necesidad de crear una narrativa o a poder dormir consigo mismo esa noche. La crítica de cine son los primeros en no leer absolutamente nada de lo que publican medios compañeros y ese es uno de los principales problemas de la pérdida de audiencia y relevancia en el mundo. Si eres incapaz de establecer debates, contrastar lecturas (que no opiniones) y enriquecer tu trabajo en el proceso, ¿Qué esperas que haga el lector? La crítica de cine no es una profesión cualquiera requiere una formación continúa y desde luego una disposición de convertir lo que se supone que es tu principal afición en una profesión remunerada… Claro que eso a algunos les da igual. Lo cual me devuelve a las salas de cine. Uno creería que el éxito de Top Gun: Maverick debería haber servido para que se tomase nota sobre la importancia de cierta liturgia y necesidad de la pantalla de cine como comunión entre espectador y medio. Experiencias que no puedan ser replicadas en la televisión de tu casa. Y con Jaula, pasa un poco lo mismo, a pesar del logo gigantesco de Netflix al comienzo de los títulos de crédito, no podía dejar de pensar que es una película que vive y muere en una pantalla de cine.
La primera película del realizador Ignacio Tatay, basa parte de su atractivo en una realización opresiva y la creación de un misterio atmosférico que es imposible de trasladar fuera de la pantalla de cine. Un guión que apenas se expande hasta su giro argumental y orbita de manera constante sobre la aparición de un ente extraño - una niña alemana sin capacidad de comunicación - en la vida cotidiana de un matrimonio en apariencia normal. Durante buena parte del metraje, Tatay encierra a los personajes de manera metafórica y visual, limitando sus acciones y creando constantemente una sensación de opresión con ese misterio que nunca llega a desplegarse. El uso de planos cerrados parece precisamente a esa idea de personajes en sí mismos, incapaces de comunicarse con los otros. Jaula nos obliga a plantearnos el habitual debate sobre imágenes y guión. Mientras que sus imágenes transmiten incertidumbre y misterio, su guión acaba por establecer un pacto de no agresión con el espectador contemporáneo. Ese que dice que el espectador entra con unas certezas en la sala de cine y tiene que salir de ella con esas mismas reafirmadas. Es una lástima que una ficción que pretende abordar las abominaciones de la normalidad decida coger la vía de la palmadita reconfortante en la espalda y calmarnos para saber que el bien triunfará siempre sobre el mal.
Los primeros minutos de Fall auguran una película bien diferente de la que se acaba entregando y un sorprendente buen hacer sobre la representación de los terrores más atávicos en el siglo XXI. Tres amantes del deporte extremo escalan a mano una montaña cuando por supuesto uno de ellos resbala y su vida pende de un hilo. Conflicto tópico y visto mil veces. No se pretende reinventar la rueda pero en este caso la utilización de la tecnología, por medio de drones, añade una perspectiva formal totalmente nueva a la imagen colosal de ver a un hombre colgado de una montaña y a la sensación de vértigo que se puede transmitir mediante la imagen cinematográfica. Normalmente este tipo de secuencias siempre han estado resueltas mediante tomas generales de helicópteros donde la infinidad de la naturaleza dejaba al hombre como un punto perdido al horizonte pero el uso de los drones cambia la panorámica, ahora el escenario puede ser salvaje, colérico y vertiginoso. Jugar con la sensación de precipitación hacia el vacío, incluso medir en profundidad la imagen. El abrir todo un campo nuevo de posibilidades para plasmar un terror primario me parece lo suficientemente fascinante como para resaltarlo aunque la plasmación no deje de ser mediocre.
Fall acaba siendo una película bien diferente. Del miedo hacia lo primario pasa a convertirse en un manual de autoayuda para enfrentarnos a nuestros miedos interiores. Ya sabéis lo que toca…Mientras veía la película, recordaba las palabras de un buen amigo mío y sobre cómo le interesaba verla para ver cómo y por qué coño habían acabado las protagonistas subidas en una torre de comunicación a kilómetros del suelo. Me temo que la respuesta es complicada. La teoría dice que parte de un proceso de sanación después que una de ellas pierda a su novio tras la caída. ¿La realidad? Pues no se sabe muy bien, me temo que es otro de esos retratos generacionales donde los directores se ven obligados a comprender a sus personajes muy a su pesar. Sigo pensando que pasar de lo atávico (el miedo al vacío) a lo emocional es un mal cambio, pero bueno, qué sabré yo. Nuevas generaciones, nuevos temores y quizás todos los procesos internos hayan sustituido a los miedos más primigenios. Quizás por eso, el director ni se moleste en ocultar durante la segunda mitad de la película que todo lo que vemos no deja de ser una representación virtual y digital en contraposición con la búsqueda de la realidad. ¿Para qué preocuparnos de transmitir terror hacia lo básico, hacia la caída cuando lo que importa es el proceso de redención de su protagonista? Pues eso.
Y seguimos con películas que me pasan por encima y que me hacen sentir enormemente mayor. La invitación, una de esas producciones de Screen Gems, filial de Sony dedicada al cine de terror, que siempre se cuelan en cartelera cuando llegan los meses de agosto, septiembre y octubre y que sólo unos pazguatos como yo estamos dispuestos a ver. Si uno echa un vistazo a los títulos de crédito de la película, algo que debería ser obligatorio para entender las circunstancias de aquello que acabamos de ver, comprobará que la inmensa mayoría de roles de producción recaen en mujeres, lo cual, pues está bien y como digo anteriormente, esa aproximación desde lo femenino y sé que me voy a meter en tremendo jardín, explique por qué la película en buena parte parece una fantasía erótica y su aproximación al género acaba en cierto revanchismo y de nuevo, una fantasía, en este caso de venganza. Todo ello por supuesto, disfrazado en un claro discurso coyuntural sobre la desigualdad económica. Chica afroamericana, sin un duro, es invitada a viajar a la Vieja Tierra, Inglaterra, para conocer a su nueva familia ricachona, todos ellos exquisitamente británicos y por supuesto, blancos. ¿Fóllate a los ricos y luego mátalos? Visto así quizás resulta más revolucionaria de lo que su creadoras pretendían pero la realidad es que ni los polvos, mejor dicho, EL POLVO, es lo suficientemente evocador, ni las muertes resultan transgresoras como para tirar por esa línea. Afortunadamente existen cineastas como Rebekah McKendry en Glorious que entienden el género como algo místico y misterioso para desentrañar los misterios de nuestro universo y que la realidad es algo más complejo y amplio que un mensaje que cabe en un hilo de Twitter.
Hay mucha gente que no le interesa recordar que la carrera de Rob Zombie como cineasta tiene su origen en los parques de atracciones. Concretamente, La casa de los 1000 cadáveres antes de ser un proyecto cinematográfico fue anteriormente una haunted house diseñada por el músico para las Halloween Horror Nights, un evento que se celebra los meses de septiembre en los parques Universal. Dado el éxito del pasaje del terror, Universal financia la película de Rob Zombie y luego se la quita de enmedio por la crudeza de su contenido, la compra de Lionsgate de la película, el éxito en taquilla y venta de DVDs, Lionsgate se convierte en la nueva New Line gracias a su línea de películas de terror, Lionsgate pega el pelotazo con Crepúsculo y Los juegos del hambre y decide mandar a tomar por culo su historia como estudio levantado por títulos de terror, etc, etc… Así se escribe la historia y luego algunos tratan de reescribirla.
Rob Zombie siempre ha tenido mucho de showman y poco de cineasta, creo que es un realizador bastante dotado para crear atmósferas pero un narrador pésimo. Desde hace años, concretamente desde Lords of Salem, como muchos directores actuales se ha empeñado en plegarse sobre sí mismo y convertir todas sus películas en haunted houses sobre sus obsesiones visuales. Pasajes del terror histriónicos sobre asesinos dementes, enanos nazis, payasos homicidas y otras parafilias que acaban hartando al personal. Zombie ha decidido apostarlo todo hacia la estética o quizás es que nunca fue más que eso. Un decorador de escenarios con una particular imaginería que es incapaz de ir más allá de eso. Y el ejemplo perfecto es su reboot de Halloween, una película que demuestra su total fracaso a la hora de articular cualquier discurso en torno a una mitología… Luego vendría David Gordon Green y demostraría que siempre se puede hacer peor pero ese es otro caballo de batalla que ya lucharemos en unas semanas.
Por eso, que en su deriva hacia la apropiación de iconografías, tiene sentido que su enésimo intento de resurrección - ese crowdfunding con todo el morro del mundo que se gastó en 3 del infierno para luego utilizar los cauces habituales de distribución y exhibición -, haya decidido apropiarse de Los Munsters, icónica sitcom de la televisión americana que ya ha tenido varios intentos de actualización y que Zombie puede utilizar como escenario de reciclaje de su particular iconografía y servir como cómplice del enésimo intento de vampirización de una marca con cierto valor en la cultura popular. El enamoramiento de Zombie por la estética de la serie es tan evidente como el desconocimiento sobre el material que está manejando. Algunos tendrán el cuajo a decir que Zombie se sirve de las formas clásicas de la comedia de los 60 para rendirles homenaje pero la realidad es que no deja de ser la enésima reformulación posmoderna. El sentido del humor no es genuino, funciona en el sentido de cómplice de ver algo oxidado, demodé, pasado de rosca y a sabiendas que el espectador de turno, incapaz de apreciar la serie original por mera cuestión generacional, va a disfrutarlo con esa ceja arqueada de los que se creen superiores al material original. En el fondo, todas las criaturas de las películas de Zombie no dejan de ser botargas disfrazados que danzan infernalmente por pasillos infinitos y decorados de cartón de piedra tratando de provocar alguna reacción al público. Lástima que cada vez su cine esté tan cerca de las ferias de monstruos que tanto parece querer evocar.
Dos ideas para acabar la Newsletter.
He estado viendo los primeros capítulos de una nueva sitcom, Reboot. Terrible… La nueva creación del responsable de Modern Family. De nuevo una supuesta vuelta de tuerca posmoderna y cómplice a la idea del eterno reciclaje cultural que estamos viviendo. No añade nada que no hiciese mejor 30 Rock más de 15 años atrás… Pero tiene una idea maravillosa. Un padre e hija se enfrascan en una batalla cultural por el reboot de una serie del primero que ha pasado a manos de la segunda y se lanzan puyas continuamente sobre lo personal proyectándose en la ficción. Uno de los episodios acaba con una suerte de reconciliación y con ambos llegando a un punto intermedio de entendimiento. La ficción no será libre hasta que no nos sanemos nosotros… Y en esas estamos. El verdadero estado del fantástico, del mainstream, del cine o de cualquier cosa que se nos ponga por delante en estos últimos años. Mucho a trabajar
Me marcho en unos días de vacaciones. Primeras del año. Dejaré una semanita la newsletter en barbecho. Volveremos hablando Modelo 77, No te preocupes, cariño y Moonage Daydream. Sobre sistemas y jugar a la contra y no precisamente en términos futbolísticos.